La Transfiguración: Domingo segundo de cuaresma.
Hoy celebramos un momento sublime en la vida de nuestro Señor: la Transfiguración. Este evento, donde Jesús sube al monte con Pedro, Santiago y Juan y se muestra en toda su gloria, es un recordatorio poderoso de quién es Él y de lo que nos llama a ser como sus seguidores.
En la cima del monte, Jesús se transfigura: su rostro brilla como el sol y sus vestiduras se vuelven resplandecientes. Este momento no es solo para los discípulos; es una revelación para cada uno de nosotros. Nos recuerda que, aunque vivimos en un mundo lleno de sombras y dificultades, estamos llamados a ser portadores de luz. La luz de Cristo no solo ilumina nuestras vidas, sino que también nos invita a compartir esa luz con los demás
Como servidores de Cristo, somos llamados a reflejar esa luz en nuestras acciones diarias. Preguntémonos: ¿cómo estamos viviendo nuestra fe en el mundo actual? ¿Estamos siendo luces brillantes en medio de la oscuridad? A menudo, nuestras vidas pueden parecer abrumadas por el estrés, la preocupación o incluso por la desesperanza. Sin embargo, al igual que los discípulos, también nosotros hemos tenido experiencias que nos han permitido vislumbrar la gloria de Dios en nuestras vidas.
En este relato, después de ver la gloria de Jesús, los discípulos caen al suelo llenos de miedo. Pero Jesús se acerca y les dice: “Levantaos y no temáis”. Estallamada a levantarse es fundamental. Nos recuerda que, aunque enfrentemos desafíos, siempre podemos encontrar consuelo en Su presencia. La oración es nuestro refugio; es donde encontramos fortaleza y dirección. En nuestra vida diaria como servidores, debemos cultivar momentos de silencio y conexión con Dios para que Su luz brille a través de nosotros.
Después de esta experiencia transformadora, Jesús les pide a sus discípulos que no hablen a nadie sobre lo que han visto hasta que Él resucite. Esto nos enseña sobre el poder del testimonio. No siempre necesitamos hablar; a veces nuestra forma más poderosa de compartir nuestra fe es simplemente vivirla. Nuestros actos de amor y servicio hablan más fuerte que mil palabras. En cada gesto amable hacia los demás, en cada acto desinteresado hacia quien lo necesita, estamos reflejando la luz de Cristo, hoy somos invitados a vivir nuestra fe con valentía y autenticidad. La Transfiguración nos recuerda que aunque enfrentemos dificultades y momentos oscuros, llevamos dentro de nosotros una luz divina que puede transformar no solo nuestras vidas sino también las vidas de aquellos que nos rodean.
Seamos servidores comprometidos con el amor y la compasión, llevando la luz de Cristo a cada rincón del mundo. Que al mirar hacia el monte donde Jesús fue transfigurado, recordemos siempre nuestra vocación: ser faros de esperanza y amor en un mundo que tanto lo necesita