Jesús murió en la cruz, como castigaban los romanos a los
malhechores y presos políticos. Murió, aceptando su condición humana. Nosotros,
en nuestra actual sociedad, huimos de la muerte, porque nos produce terror, ese
miedo a la condenación con la que siempre nos han amenazado y eso es una
profunda deformación de este día por parte de la iglesia.
Tenemos que
apoyarnos en la bondad y confianza infinita de Dios.
Cuando Jesús
inclinó su cabeza, entregó su espíritu, que no su alma a Dios; nos dejó su
espíritu y coraje de vivir.
“Padre, a tus
manos encomiendo mi espíritu”.
La experiencia más densa y genuina es
la conciencia gozosa del mensaje de luz y resurrección.
Que acojamos con
fe el sentido de la vida, no nos quedemos en la tortura, en los golpes de pecho
y en la muerte porque Jesús es una realidad de luz en nuestro vivir diario. No
nos quedemos en las tinieblas, caminemos hacia la resurrección y la vida, que El
sea siempre quien apacigüe nuestra sed y que sea nuestro horizonte en nuestro
caminar diario.