Soy mujer y me siento muy contenta de serlo, aunque en algunos aspectos me siento discriminada, hasta el extremo de sentir la llamada al sacerdocio y mi iglesia ni me lo permite.
Ser presbitera, implica poder anunciar el Evangelio, celebrar los sacramentos, ayudar y trabajar en pos de los más necesitados no solo en el plano material, sino también en el espiritual. No importa la confesión a la que se pertenezca, porque lo que realmente importa e implica es seguir las enseñanzas de Jesús.
Las puertas están cerradas para mi por ser hembra, porque la iglesia se agarra a que Jesús fue hombre y sus apóstoles, fueron varones.
Cuando me presento en oración, me encuentro con las manos vacías, porque no puedo actuar con libertad, tengo que trabajar a escondidas, como si estuviera realizando algo malo e ilegal. Se que podría hacer mucho más pero la gente siente miedo y el miedo es doloroso y sangrante.
Señor, simplemente te pido, que ayudes a buscar el camino a esas personas que dirigen la iglesia y que mandan cerrar las puertas a las mujeres, hechas también a tú imagen y semejanza, bautizadas en la fe de tus mandatos, en poder llevar la forma de vida que nos enseñaste.
Ayúdanos a llenar nuestras manos con todo lo que tú nos pides.